¿De qué otra forma sino
A través de un corazón roto
Puede ingresar Cristo Nuestro señor?
Con estos versos me fue dedicado el libro, empecé a leerlo por curiosidad, era un regalo de un amigo y no podía hacer menos que sentarme unos segundos, desplegar algunas hojas y adentrarme en el misterioso mundo de la lectura. Porque uno no sabe con qué se encontrará, pero tiene la sensación de que algo sorprendente entrará y lo trastocará por completo.
Y esto es lo que logró La Balada de la Cárcel de Reading. Este texto poético, en forma de balada, que relata la penosa y dolorosa experiencia que el propio autor ha vivido en carne propia, en ese infierno de piedras llamado cárcel.
Sólo bastaron dos páginas para descubrir que ellas acogían el dolor de un hombre, dolor tan intenso que resuena desgarrador, como si no hubiera nada más que hacer, sólo dejar caer los brazos y entregarse a la inmensa angustia de la prisión. Pero, aun en medio de tanto dolor, odio y sufrimiento, podemos toparnos con una presencia que es capaz de exaltar la preguntas últimas de nuestro corazón, un rostro que nos interpela y nos da la paz de reconocer que es Otro el que hace las cosas y quien juzga al hombre. (Cristo aparece entonces como la respuesta última a estas preguntas, y ante esto se pone en juego la libertad).
Reading Gaol. Grabado
No creo ser capaz de desarrollar una crítica literaria de la obra, sólo he podido verificar cómo, a través de cada verso de esta balada lastimera, se exalta el drama humano, el drama del hombre frente a su destino, del hombre que debe morir por haber matado lo que amaba...
Oscar Wilde está considerado como uno de los dramaturgos más destacados del Londres victoriano tardío; además, fue una celebridad de la época debido a su puntilloso y gran ingenio. Su reputación se vio arruinada tras ser condenado a dos años de trabajos forzados en la carcel de Reading en un famoso juicio en el que fue acusado de indecencia grave, por una comisión inquisitoria de actos homosexuales.
En este libro el propio autor relata su desgarradora experiencia, aquella que lo enfrenta a la Muerte y a la propia conciencia del Pecado, como aquello que mortifica su vida.
El inicio de la balada es el reflejo del tormento del propio condenado, que parece tornarse en certeza cuando, con vehemente ira, la Muerte se apodera de su templanza. Dios aparece entonces como un terrible anhelo, como la única respuesta a ese dolor, pero que, sin embargo, parece no apiadarse de su alma.
Es así como su dolor se hace insondable, pero, al ver a aquel que mira tan ansiosamente el dia, sus preguntas parecen no callarse nunca.
El encuentro con una presencia humana
Surge una pregunta sobre el propio destino, a partir de mirar a este hombre que, a punto de ser ejecutado, “mira tan ansiosamente el día”.
Caminaba entre los procesados
Con un traje gris raído,
Había una gorra cricket en su cabeza
Y su paso parecía ligero y alegre
Pero nunca vi a un hombre
Que mirara tan ansiosamente el día
Nunca vi a un hombre que mirara
Con ojos tan ansiosos
Esa pequeña cara azul
Que los prisioneros llaman cielo
Y cada nube flotante que pasaba
Con sus velas de plata
Solo supe que pensamiento acosador
Apresuraba su paso y porque
Miraba el día ostentoso
Con ojos tan ansiosos
El hombre había matado lo que amaba
Y por eso debía morir
Una presencia que me conmueve, la pregunta sobre mi destino
Y yo y todas las almas en pena
Que vagabundeábamos en el otro cerco
Olvidábamos si nosotros mismos habíamos hecho
Algo grande o algo pequeño,
Y observábamos con mirada de torva sorpresa
Al hombre que debía ser ahorcado
Porque era extraño verlo pasar
Con paso tan ligero y alegre
Y era extraño verlo mirar
Tan ansiosamente el día
Y era extraño pensar que él
Tuviera tal deuda que pagar
Frente a su destino este hombre no puede más que sentir temor...
Éramos como hombres que por un pantano
De asquerosa oscuridad andan a tientes;
No nos atrevíamos a susurrar una oración,
O a dar espacio a nuestra angustia;
Algo estaba muerto en cada uno de nosotros,
Y lo que estaba muerto era la Esperanza
Porque el toque de las ocho era el toque del Destino
Que hace execrable a un hombre,
Y el destino usará un lazo corredizo
Para el mejor hombre y para el peor
Pero el Destino último permanece frente a nuestra vida, por lo que nace la pregunta: ¿quién eres?
Pero ni una rosa blanca como la leche ni una roja
Puede florecer en el aire de la cárcel;
Las cáscaras, los guijarros, los pedernales,
Es lo que nos dan allí:
Porque se ha sabido que las flores curan
La desesperación de un hombre común
De modo que nunca la rosa roja como el vino
Ni la blanca
Pétalo por pétalo, caerán sobre esa extensión de barro y arena
Que yace junto a la pared ominosa de la cárcel,
Para contarles a los hombres que andan por el patio
Que el hijo de Dios murió por todos
¡Ah! ¡Felices aquellos cuyos corazones pueden romperse
Y ganar la paz del perdón!
¿De que otra forma sino a través de un corazón roto
Puede ingresar Cristo, Nuestro Señor?
Siempre, frente a nuestro Destino último, a la respuesta a las preguntas últimas del corazón se pone en juego nuestra libertad; soy yo quien decide.
Es el punto mas concreto en el que se juega la libertad del hombre. Reconozco algo que está y que corresponde hasta con mi propia muerte, que me “libera” y, sin embargo, termino no adhiriendo a él, y decido someter mi humanidad a la ruindad de mi pecado: El hombre había matado lo que amaba, y por eso tenia que morir (¡qué forma de terminar el libro!):
Y allí, hasta que Cristo llame a los muertos,
En silencio, déjenlo yacer;
No es necesario malgastar lágrimas necias,
Ni exhalar suspiros profundos;
El hombre había matado lo que amaba,
Y por eso tenia que morir.
Si crees en Dios y no existe un Dios: ¿por qué yace una criatura en el fondo de las tinieblas e invoca algo que no existe? ¿Por qué sucede así? No existe nadie que oiga la voz que llama en las tinieblas. Pero ¿por qué existe la voz?
(Pär Lagerkvist)
Julio César Lozeco
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