En el artículo se recogen opiniones de diferentes personalidades:
"Un factor explicativo es la desorientación con que muchos alumnos llegan a la universidad, sin saber bien qué quieren estudiar. Se inscriben, vienen a clase algunas semanas y se dan cuenta de que no es para ellos. O se anotan y ni aparecen", dijo Sánchez Martínez, ex secretario de políticas universitarias y rector de la Universidad Blas Pascal, en Córdoba, "tampoco puede pretenderse que cursos de un mes o poco más remedien los graves problemas del secundario".
"Algunas privadas tienen un sistema de tutores que no siempre es eficiente. El fenómeno es el mismo que en las públicas. Se habla mucho de estrategias de retención, pero se hace poco en la práctica y lo que se hace no es sistemático", dijo Víctor Sigal, investigador en educación superior de la Universidad de Belgrano (UB).
"La universidad no puede ser selectiva. El desafío es dar calidad y hay que ver cómo la universidad se está haciendo cargo de la gestión pedagógica" dijo Edith Litwin, secretaria académica de la UBA.
Considerando estas intervenciones, y observando la realidad a la que constantemente como estudiantes universitarios nos enfrentamos, se nos hace presente la pregunta que con una inmensa genialidad nuestro Papa Benedicto XVI lanzó en el discurso (censurado) para la Universidad La Sapienza en Roma: ¿Cuál es la naturaleza y misión de la universidad?, y continúa: “¿Cuál es su función? (...) creo que puede decirse que el origen auténtico e íntimo de la universidad estriba en el anhelo de conocimiento propio del hombre. Éste quiere saber qué es todo aquello que lo rodea. Quiere verdad.”
¿Que significa buscar la Verdad? ¿Que tiene que ver conmigo?: profundizar en su significado parece una tarea un tanto fatigosa. Esta desorientación que como jóvenes tenemos, de no saber qué hacer, de sentirnos fuera de todo lo que sucede, nos hace olvidarnos cada vez más de los deseos de nuestro corazón, entonces entramos a la universidad como “caballitos de batalla”, tratando de ir derrotando todo lo que se nos presenta alrededor, solos, sin alguien que nos acompañe en este camino. Tarde o temprano nuestras fuerzas se agotan y terminamos en un ensayo de “prueba y error”.
Una amiga que está a punto de terminar la carrera de Medicina en la Universidad de Rosario me decía: “recién a los 27 años, estoy segura de continuar en la medicina legal y forense. Pero para mí no fue fácil tomar esa decisión, empecé Ingeniería Química, y la abandoné a fines de año, sin rendir ninguna materia. Seguí con Biotecnología, con el mismo resultado. Al año siguiente me anoté en Medicina, y sólo entonces confirmé mi vocación”.
Tanto quienes han ingresado cargados de espera como quienes se encuentran desde hace tiempo en una carrera, parecen encontrarse con una escena de franca desolación, más que preocupante. Aquellos que tienen la tarea de promover el crecimiento de la universidad y de dirigirlo en una dirección segura –gobierno, profesores de la universidad, estudiantes– deben asumir una responsabilidad eficaz, aunque hoy cada uno va por su camino, descargando en los otros todo tipo de dificultades. Si no tenemos la voluntad de participar e intervenir, la confusión en la que nos encontramos será cada vez mas profunda y la universidad entrará en crisis.
En este lugar en el que parece que lo más conveniente es “no pertenecer a nada ni nadie”, estamos con deseos de aprender, de seguir en la búsqueda del significado y la verdad de las cosas y de contribuir con todo lo que somos a una construcción común.
Desearíamos que estos años fueran la ocasión de una respuesta a tal tensión, la cual se encuentra en el origen del fenómeno mismo de la universidad. Pero nuestro deseo no basta. Hay necesidad de asumir con urgencia el compromiso de avanzar decididamente en la búsqueda de soluciones realistas a los problemas.
Debemos volver a despertar en los estudiantes el gusto por aprender, mirando todo lo que ellos llevan consigo, acompañando a toda su persona; esa es la tarea por realizar, la educación supone siempre la relación entre dos libertades que comparten el deseo de conocer y comunicar lo que han descubierto, para avanzar juntos, lo que Don Giussani llamó “el riesgo educativo”. No podemos consentir que la universidad se convierta en “tierra de nadie”.
Para ello es necesario lanzarnos en la búsqueda de conocimiento, creando vínculos que contribuyan a la construcción de una Universidad que sea capaz de provocar a la persona, que logre despertar el deseo de descubrir la verdad en cada lugar que estemos. Esto es lo que yo anhelo, caminemos juntos en este camino.
Julio César Lozeco
Estudiante, Licenciatura en Economía
Universidad Nacional del Litoral
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