Paradiso, canto XXXIII
Una famosa terzina (vv.94-96) de Dante en la Divina Comedia, en el último canto del Paradiso, dice:
Un punto solo m'è maggior letargo
che venticinque secoli a la 'mpresa
che fe' Nettuno ammirar l'ombra d'Argo.
Un sólo instante me es mayor letargo
que veinticinco siglos a la empresa
que hizo a Neptuno admirar la sombra de Argo.
Dante ha visto a Dios al final de su recorrido, él nos quiere decir algo que es imposible de entender para nosotros, él mismo pide a esa somma luce:
Fa la lingua mia tanto possente,
ch'una favilla sol de la tua gloria
possa lasciare a la futura gente.
Haz mi lengua tan poderosa
que sólo un poquito de tu gloria
pueda dejar a la futura gente.
Fue tal el éxtasis y la conmoción de contemplar algo que excede todo concepto mortal que él como tal, porque está tan vivo como nosotros, no lo puede explicar. Antes de ver a Dios, San Bernardo le pidió a la Virgen en una santa oración que cuidara las facultades de Dante, que lo mantuviera sano y salvo, porque no se puede mirar a Dios al rostro y quedar intacto. Una cita del último libro de Benedicto XVI, puede servir para entender mejor este punto, que se encauza en la tradición mística judeocristiana, de la cual Dante era consciente:
“Pero llegados a este punto debemos recordar otra historia digna de mención sobre la relación de Moisés con Dios que se relata en el Libro del Éxodo. Allí se nos narra la petición que Moisés hace a Dios: «Déjame ver tu gloria» (Ex 33, 18). La petición no es atendida: «Mi rostro no lo puedes ver» (33, 20). A Moisés se le pone en un lugar cercano a Dios, en la hendidura de una roca, sobre la que pasará Dios con su gloria. Mientras pasa Dios le cubre con su mano y sólo al final la retira: «Podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás» (33, 23)”
Este misterioso texto ha desempeñado un papel fundamental en la historia de la mística judía y cristiana; a partir de él se intentó establecer hasta qué punto puede llegar el contacto con Dios en esta vida y dónde se sitúan los límites de la visión mística.” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth, p. 27)
Dios es el Amor che move il sole e l'altre stelle (último verso de la obra), si uno mira al Amor se enamora, cambia: ésta es la idea.
Entonces dice que para él un sólo instante que pasa es de mayor olvido por la eternidad que contempló que veinticinco siglos atrás al momento en que Neptuno admiró la sombra de Argo. Él recuerda más y mejor ese momento veinticinco siglos atrás que cuando contempló la Luz, la Eternidad, a Dios. Porque, al contemplar ese punto, entendió y a su vez fue todo eso: él fue Neptuno que admiraba la sombra de la nave Argo, fue la nave, fue el agua, fue uno de los argonautas encima de la nave... En definitiva, él fue la verdad, fue la luz que es verdadera por sí misma, la cual hace que fuera de ella todo sea defectivo, mientras que lo que es allí, es perfecto.
Argo fue la primera nave: este suceso corresponde a la mitología griega, según la cual los navegantes, con Jasón a la cabeza, fueron por el vellocino de oro. Es el origen de la civilización, del comercio. Neptuno antes estaba habituado a ver pedazos de leño a la deriva, o animales, u otra cosa, entonces cuando ve la nave se admira de ver algo nuevo. Este símil o comparación es maravilloso: ¡habla del asombro de un dios en el fondo del mar contemplando algo! Uno, pensando estos versos hermosos desde la perspectiva del dios –cómo vio la nave desde el fondo del mar– se asombra de la maravillosa belleza poética de Dante, porque además el océano da sensación de profundidad y de vastedad inconmensurables, que pueden calificar la experiencia que Dante “sufrió”:
Io credo, per l'acume ch'io soffersi
del vivo raggio, ch'i' sarei smarrito,
se li occhi miei da lui fossero aversi.
Yo creo, por la agudeza que sufrí
del vivo rayo, que yo me habría perdido
si mis ojos se hubiesen apartado de él.
Ha visto algo realmente bello. Al contemplar la belleza, Dante no puede permanecer intacto ante la vivencia “transhumana” (neologismo dantesco), no sólo volvería a perderse (usa el verbo smarrire: el mismo de los primeros versos de la obra, aquellos en que la diritta via era smarrita, o sea, “la recta senda era perdida”), sino que también volvería a sufrir al apartar los ojos del rayo.
Dice que su vista se consume. Ve un punto ligado con amor en que se ahonda todo lo que se abre en el universo. Sustancias, accidentes y su costumbre. Dios es el amor, entonces al mirarlo él cambia, como atestigua:
Ma per la vista che s'avvalorava
in me guardando, una sola parvenza,
mutandom' io, a me si travagliava.
Pero por la vista que cobraba más valor
en mí mirando, una sola apariencia,
yo mutándome, a mí se trastocaba.
También comenta que ve la efigie humana, porque su rostro estaba contenido en ella, vio no sólo su rostro, sino los rostros de todos los humanos eternamente, los del pasado, los de ahora –los suyos y el mío– y los del futuro.
Dentro da sé, del suo colore stesso,
mi parve pinta de la nostra effige:
per che 'l mio viso in lei tutto era messo.
Dentro de sí, de su mismo color,
me pareció ver pintada nuestra efigie
porque mi rostro en ella estaba todo contenido.
Él no puede entender cómo mirando a Dios se puede ver a sí mismo, y aquí es donde Roberto Benigni (cuya interpretación es maravillosa, y en la cual me baso en parte para este comentario -noblesse oblige- del paraíso dantesco) dice: "Sólo siendo Dios se puede hablar de Dios". Ya que Dante está allí y él mismo por ver la eternidad, se da cuenta de que al formar parte de ella es la Verdad misma, él puede aprehender la Verdad eterna y serla al mismo tiempo, al ver lo que quiere ver al final de su peregrinaje cósmico, se da cuenta de la eternidad de su alma y de la suma felicidad del paraíso en torno a Dios, está a punto de desfallecer del éxtasis, se está por incinerar y entregarse a la felicidad perpetua. Ya no quiere volver más al mundo, ¿quién querría después de experimentar eso?
Los últimos versos son estos:
ma non eran da ciò le proprie penne:
se non che la mia mente fu percossa
da un fulgore in che sua voglia venne.
A l'alta fantasia qui mancò possa;
ma già volgeva il mio disio e 'l velle,
sì come rota ch'igualmente è mossa,
l'amor che move il sole e l'altre stelle.
Mas no bastaban las propias alas:
si no que mi mente fue herida
de un fulgor que vino en su voluntad.
A la alta fantasía aquí faltaron fuerzas;
mas ya giraba mi deseo y mi voluntad,
así como rueda que es igualmente movida,
el amor que mueve el sol y las otras estrellas.
En estos últimos versos nos describe el momento en que finalmente entendió todo, él siente un fulgor que lo hiere de tanta claridad. Dice que a la fantasía faltaron fuerzas, o sea, la fantasía humana puede alcanzar niveles insospechados, pero para la percepción y el momento que vivió no hay fantasía, imaginación o profundidad intelectual que sean suficientes.
La parte final es de extraordinaria belleza. Dante usa la imagen de una rueda que es igualmente movida para dar cuenta de cómo todo gira en el mundo, perfecta, equilibradamente como la figura del cosmos en la armonía, cómo todo gira en el ser en la maravilla de la vida, en la extraordinariedad de estar vivos. Y así quien gira su deseo y su voluntad, como una rueda igualmente movida, es Dios, o sea, el amor que mueve el sol y las otras estrellas.
Vuelve en sí por intercesión de la Virgen, que había prometido cuidar de sus facultades y mantenerlo sano luego de la vivencia divina. Vuelve con nosotros al mundo para contarnos que vio a Dios, que vio el infinito en la dicha eterna, que estuvo en el paraíso. Y éste es un regalo que hace a la humanidad, un regalo vivificante y conmovedor, de aquel entonces y para siempre.
Paradiso XXXIII, recitado por Roberto Benigni:
Lucas E.
http://www.de-vita.blogspot.com/
POETRIA MINOR
O "Los Poetas Menores" de El Capaneo:
un hermano menor, pero ruidoso e inquieto,
que quiere salir a jugar...
Abrimos esta sección de poetas jóvenes y desconocidos (algunos, aun para sí mismos), que decidió retoñar de las entrañas del gigante CAPANEO, alimentándose de su POETRIA MAIOR.
Poetria, para que puedan darse cita los ejercicios de creación y traducción poética de los amigos.
"Minor", como un gesto de reverencia conmovida que hacemos hacia los grandes poetas (porque reconocemos la grandeza), pero no menor en dignidad, porque surge del mismo palpitar humano del corazón.
Un seminarium, un "semillero": una escuela de poetas y traductores...
Para cuidar a los hermanos menores.
Revista Universitaria El Capaneo
un hermano menor, pero ruidoso e inquieto,
que quiere salir a jugar...
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