En este breve fragmento de La Misión vemos como Mendoza que era mercenario y traficante de esclavos indígenas y que había asesinado a su hermano, llega con un fardo donde arrastra consigo las armas que usaba antes al lugar donde se encuentran los guaraníes subiendo escarpadas colinas con cataratas. Él elige su propia penitencia por sugerencia del padre Gabriel.
En principio él se ve amenazado por el indio, pero cuando ve que lo libran del fardo a instancias de la orden del cacique por sugerencia del padre irrumpe en llanto liberándose poco a poco, cada vez más de su pasado doloroso simbolizado en la carga que arrastraba.
Esta escena como ninguna otra del cine -arriesgaría decir- representa hermosamente el poder que confiere perdonar sin rencores, y qué tan bien hace a uno la gracia divina del perdón, la redención del ser humano arrepentido, empezar una vida nueva. Recordemos el proverbio latino: «Errar es humano, perdonar divino»
Y pensemos en una lámpara. Nadie la enciende para ponerla debajo de una cama ¿No la pondremos más bien sobre el candelero para que todos los que entren vean la luz? Las puertas están abiertas de par en par, sólo hay que estar predispuestos a ver la luz, cuyo fin, y esto es importante, fue para todos nosotros. La Historia nos enseñó que en nombre de la hermandad política se creó una guillotina que causó el Reinado del Terror. Algo semejante sería imposible en nombre de la hermandad de los hombres elegida hacia las estrellas.
«Nunca la criatura humana se adherirá de más segura manera al cumplimiento del deber que cuando, además de sentirle como una imposición, le sienta estéticamente como una armonía»[1] dice J.E. Rodó en su libro Ariel.
Aquí tenemos la forma estética armoniosa en su mayor expresión. Mérito de los hacedores de la película. Mención especial al guionista, y por supuesto, al compositor de la música inigualable de esta película, el maestro Ennio Morricone, cuya música simboliza la Buena Nueva.
Una lección de vida inolvidable.
Lucas Esandi
[1] Rodó, José Enrique, Ariel, Ed. Espasa Calpe, 1948, Buenos Aires, p. 59.
POETRIA MINOR
O "Los Poetas Menores" de El Capaneo:
un hermano menor, pero ruidoso e inquieto,
que quiere salir a jugar...
Abrimos esta sección de poetas jóvenes y desconocidos (algunos, aun para sí mismos), que decidió retoñar de las entrañas del gigante CAPANEO, alimentándose de su POETRIA MAIOR.
Poetria, para que puedan darse cita los ejercicios de creación y traducción poética de los amigos.
"Minor", como un gesto de reverencia conmovida que hacemos hacia los grandes poetas (porque reconocemos la grandeza), pero no menor en dignidad, porque surge del mismo palpitar humano del corazón.
Un seminarium, un "semillero": una escuela de poetas y traductores...
Para cuidar a los hermanos menores.
Revista Universitaria El Capaneo
un hermano menor, pero ruidoso e inquieto,
que quiere salir a jugar...
Abrimos esta sección de poetas jóvenes y desconocidos (algunos, aun para sí mismos), que decidió retoñar de las entrañas del gigante CAPANEO, alimentándose de su POETRIA MAIOR.
Poetria, para que puedan darse cita los ejercicios de creación y traducción poética de los amigos.
"Minor", como un gesto de reverencia conmovida que hacemos hacia los grandes poetas (porque reconocemos la grandeza), pero no menor en dignidad, porque surge del mismo palpitar humano del corazón.
Un seminarium, un "semillero": una escuela de poetas y traductores...
Para cuidar a los hermanos menores.
Revista Universitaria El Capaneo
La gracia del perdón
Aprender la ley de nuestra existencia: la "caritativa"
Una tarde de sábado típica. Diez chicos y chicas se encuentran en Palermo y dedican dos horas de su tiempo para pasar la tarde con unos abuelos en un geriátrico. Unas tartas de manzana, unos mates, unos cassettes de tango, ovillos de lana, historias y sonrisas son los protagonistas de estas visitas.
Dos veces al mes vamos con unos amigos al geriátrico Loyola. Los abuelos son los humildes anfitriones de estas tardes. Charlamos con ellos, compartimos alegrías y también soledades y tristezas. Cada uno de nosotros, con el pasar del tiempo, creó un vínculo especial con cada abuelo que visita. Hace aproximadamente dos años que cada quince días vamos al geriátrico; ya para mucho de nosotros los abuelos tienen un lugar especial en nuestras vidas y nuestro corazón.
Cuando comenzamos a ir pensábamos que íbamos a “dar una mano”, a ayudar, a acompañar a unos abuelos solitarios y necesitados de nuestra compañía y nuestro aporte. Esas presunciones, esas “buenas intenciones”, siguen estando en muchos de nosotros – al menos, con toda seguridad todavía en mí-. Sin embargo, algo fue cambiando con el pasar del tiempo. Lo que antes era una “acción solidaria” se termino transformando en una necesidad. El deseo, a veces algo abstracto, de ayudar al otro que todos teníamos y tenemos, se fue convirtiendo en una conmoción en nuestros corazones. Es por eso que ahora, ya no es más un deber el que tenemos frente a los abuelos, sino que es una necesidad nuestra el ir junto a los abuelos, necesitamos compartir nuestras vidas con ellos, necesitamos compartir sus penas y sus alegrías; ya son parte de nuestra vida cotidiana.
Es cierto, dos horas cada quince días pueden parecer poco, pero fueron suficientes para despertar en nosotros el deseo de continuar dando nuestro tiempo y a nosotros mismos cada vez que vamos allí.
Esta actividad que realizamos se llama Caritativa. Aquí intentamos crecer y aprender a conocer que la Ley de nuestra existencia, la Ley de nuestras vidas, es la Caridad. Caritativa intenta ser una escuela de amor; en ella nos educamos en el amor al otro, a estar abiertos de par en par a las necesidades de los otros. Aquí aprendemos que la única manera de realizarnos, de crecer, de ser más nosotros mismos es cumplir y satisfacer el deseo que todos tenemos: de ayudar a otro, de tenderle una mano, de amarlo, de entregarnos nosotros por el.
Esto es Caritativa.
Nicolás P.
Lo único que puede sostener nuestra esperanza
Sobre el brote de Gripe A en Argentina
De repente, el País se paraliza, las tareas se trastocan…
…y a la sorpresa por las vacaciones imprevistas se añade la preocupación por el “qué estará pasando”. Para un chico que se queda sin clases y que escucha constantemente las noticias y las conversaciones sobre la epidemia que azota a nuestro país y al mundo, lo más natural es preguntar a sus padres: ¿qué está pasando? Y más aún ¿por qué? Estas preguntas, que nos inquietan también a muchos de nosotros aunque intentemos acallarlas, no se agotan con una respuesta técnica o científica, sino que van más allá: ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué es la vida?
La cuestión es tan radical que, si somos serios con nuestra vida, no podemos evadir esta provocación discutiendo sobre cuál será el plan secreto del gobierno y de los poderosos, haciendo ironías que rápidamente transforman todo en broma o esperando que todo se resuelva para poder continuar como si nada hubiera sucedido. Esto sólo nos lleva a evadir el drama de las personas que han muerto, de sus familiares, de los enfermos, del personal de salud que se topa tan de cerca con el virus y de los países donde el contagio ya se ha extendido. Nos lleva a censurar que la palabra pandemia empieza a cernirse como una amenaza sobre la humanidad.
Hechos como éste nos ponen delante del misterio de la existencia desafiando nuestra razón y nuestra libertad. Desperdiciar la ocasión de mirarlos a la cara nos dejaría todavía más perdidos y escépticos.
Pero para estar delante del misterio de la existencia necesitamos algo más que los planes de emergencia, los cuidados médicos, los barbijos y el desinfectante de manos. Necesitamos algo más que los mensajes de aliento que nos dicen que juntos saldremos adelante.
Constatamos que todos los problemas de la vida son serios, y entre ellos el de la salud, pero pareciera que todo es serio menos “la vida” misma: “¿qué es la vida además de la salud, del dinero, de la relación entre el hombre y la mujer, de los hijos, del trabajo? ¿Qué es la vida además de todo esto? ¿Qué implica? La vida es todo esto, pero con un fin, con un significado.” (Giussani, ¿Se puede vivir así?, p. 113)
Somos una enorme exigencia, de significado, de plenitud, de felicidad, pero nos damos cuenta de que nosotros mismos no podemos dar respuesta a esta sed. Solos, con nuestras fuerzas, no podemos.
Lo único que puede sostener nuestra esperanza y permitirnos vivir sin tenerle miedo a nada es la experiencia de Cristo, Misericordia de Dios que se hace compañía palpable en la historia de nuestro pueblo a través de la Iglesia. Por eso, necesitamos estar atentos a quienes entre nosotros se mueven sin omitir ni las preguntas más profundas, ni las acciones necesarias, precisamente porque están ciertos de que todo se nos da para el cumplimiento de nuestra vida. Esta certeza llena de razones es la misma que brota de las palabras de María de Guadalupe a su hijo indígena, Juan Diego: “No temas ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”
Comunión y Liberación Argentina
Julio 2009
De repente, el País se paraliza, las tareas se trastocan…
…y a la sorpresa por las vacaciones imprevistas se añade la preocupación por el “qué estará pasando”. Para un chico que se queda sin clases y que escucha constantemente las noticias y las conversaciones sobre la epidemia que azota a nuestro país y al mundo, lo más natural es preguntar a sus padres: ¿qué está pasando? Y más aún ¿por qué? Estas preguntas, que nos inquietan también a muchos de nosotros aunque intentemos acallarlas, no se agotan con una respuesta técnica o científica, sino que van más allá: ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué es la vida?
La cuestión es tan radical que, si somos serios con nuestra vida, no podemos evadir esta provocación discutiendo sobre cuál será el plan secreto del gobierno y de los poderosos, haciendo ironías que rápidamente transforman todo en broma o esperando que todo se resuelva para poder continuar como si nada hubiera sucedido. Esto sólo nos lleva a evadir el drama de las personas que han muerto, de sus familiares, de los enfermos, del personal de salud que se topa tan de cerca con el virus y de los países donde el contagio ya se ha extendido. Nos lleva a censurar que la palabra pandemia empieza a cernirse como una amenaza sobre la humanidad.
Hechos como éste nos ponen delante del misterio de la existencia desafiando nuestra razón y nuestra libertad. Desperdiciar la ocasión de mirarlos a la cara nos dejaría todavía más perdidos y escépticos.
Pero para estar delante del misterio de la existencia necesitamos algo más que los planes de emergencia, los cuidados médicos, los barbijos y el desinfectante de manos. Necesitamos algo más que los mensajes de aliento que nos dicen que juntos saldremos adelante.
Constatamos que todos los problemas de la vida son serios, y entre ellos el de la salud, pero pareciera que todo es serio menos “la vida” misma: “¿qué es la vida además de la salud, del dinero, de la relación entre el hombre y la mujer, de los hijos, del trabajo? ¿Qué es la vida además de todo esto? ¿Qué implica? La vida es todo esto, pero con un fin, con un significado.” (Giussani, ¿Se puede vivir así?, p. 113)
Somos una enorme exigencia, de significado, de plenitud, de felicidad, pero nos damos cuenta de que nosotros mismos no podemos dar respuesta a esta sed. Solos, con nuestras fuerzas, no podemos.
Lo único que puede sostener nuestra esperanza y permitirnos vivir sin tenerle miedo a nada es la experiencia de Cristo, Misericordia de Dios que se hace compañía palpable en la historia de nuestro pueblo a través de la Iglesia. Por eso, necesitamos estar atentos a quienes entre nosotros se mueven sin omitir ni las preguntas más profundas, ni las acciones necesarias, precisamente porque están ciertos de que todo se nos da para el cumplimiento de nuestra vida. Esta certeza llena de razones es la misma que brota de las palabras de María de Guadalupe a su hijo indígena, Juan Diego: “No temas ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”
Comunión y Liberación Argentina
Julio 2009
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