Leyendo el Señor del Mundo de R. H. Benson (Editorial Librería Cordoba, traducción de Leonardo Castellani) surgieron en mí algunas ideas acerca de la sociedad actual en la que vivimos, su presente, su pasado y su futuro. Desde la humilde postura de un estudiante de Historia, quisiera compartir estas reflexiones que surgieron a partir de la lectura de tan fascinante libro. Marx dijo en un de sus obras que la historia se repite, de alguna manera u otra dos veces. Ahora bien, nuestro mundo actual de supuesto progreso ilimitado, de creciente tolerancia, progresismo y multiculturalidad, ¿estará repitiendo algún periodo de la Historia de la Humanidad? ¿Será acaso nuestro presente la reedición de algún momento del pasado?
Sin embargo, si tuviéramos que comparar a nuestro presente con algún momento histórico determinado, el más indicado según mi criterio sería el Imperio Romano. La antigüedad Romana fue uno de los picos más altos de la civilización occidental, aunque como todo lo que es humano, tuvo sus profundos claroscuros. De esta forma, dentro del Imperio se dieron la mano la esclavitud de cientos de miles de seres humanos y la aceptación como iguales de las culturas de cientos de pueblos conquistados. Fueron de la mano la paz romana y la unión de todos los pueblos conocidos dentro de las fronteras del imperio, con la guerra a los “bárbaros” en las fronteras. Numerosas y contradictorias escuelas filosóficas (platónicos, estoicos, escéptico, epicúreos, etc.) que intentaban, a su manera, explicar racionalmente la realidad se encontraban en la calle con las fanáticas y crecientes sectas de las religiones orientales. Y en la cima de este Imperio existían hombres, Emperadores, que se hacían adorar a si mismos como dioses. Por último, en su pico máximo de poder el Imperio comenzó, con un afán totalitariamente religioso paradójicamente en contra a su “pluralismo” y “tolerancia” tradicionales, a perseguir a un pequeño, pero creciente, grupo de personas que creían que Dios se había manifestado a los hombres en un oscuro rincón de las olvidadas tierras judías, había sido condenado a una muerte de la manera mas humillante y había resucitado para ofrecer la salvación tan buscada por los hombres de ese y de todos los tiempos.
Uno se podrá preguntar, ¿pero que tiene que ver esto con el presente que vivimos? Y, ¿que tiene que ver con el Señor del Mundo? Cualquier comparación es siempre odiosa, y aunque los hombres miran siempre al pasado (aunque cada vez menos) para buscar los modelos de su accionar en el presente, las comparaciones con épocas pasadas hiere el orgullo de su moderno sentido del progreso. ¿Acaso el “prospero” Occidente no convive con todo un mundo de esclavos y explotados que tantos denuncian pero pocos remedian? ¿Acaso los países del 1er mundo no llevan al Oriente, por fuera de sus fronteras, las guerras para expandir el “mundo libre”? ¿Acaso esta época de positivismo, nihilismo y escepticismo no comparte sus fieles con nuevas corrientes “new age”, con sectas religiosas de todo tipo y con las nuevas y desesperadas nuevas formas de salvación que son los Mesías de la “Autoayuda”? Es cierto, todavía no adoramos a nuestros lideres como dioses (casi podríamos descontar a los populismos americanos, del Sur y del Norte, que siempre renacen con ansias de renovar la faz de la tierra con su sola presencia); sin embargo, como corren los tiempos, la persecución a los cristianos esta lejos de haber comenzado. De manera más sutil que en otras épocas, la lucha contra aquellos que anuncian que existe Alguien que vence al mundo, se desarrolla en todos los ámbitos de la vida social: la cultura, la política, la economía, la familia, etc.
Benson, en su Señor del Mundo, noveliza un posible Fin de los Tiempos, un posible Apocalipsis, la llegada de un posible nuevo “Mesías” en una sociedad demasiado a gusto consigo misma. Muchas imágenes de este libro escrito a comienzos del siglo XX nos remiten directamente a nuestra moderna y progresista civilización del siglo XXI. También nos muestran un futuro, demasiado cercano a un pasado de sangrienta persecución, en que los últimos cristianos reducidos a un numero no mucho mayor que al numero de los Apóstoles luchan por perseverar en un mundo que esta completa e irremediablemente en su contra.
El Señor del Mundo nos muestra un futuro posible entre varios. Aun siendo ficción, refleja proféticamente muchos aspectos de nuestra sociedad: sus “logros” tecnológicos, su “bienestar” material, su “tolerancia”, “convivencia” y su “humanismo” como máximas culturales supremas y su profundo desprecio por cualquiera que aspire a afirmar una Verdad que este por encima del “Hombre” mismo.
Hace unas semanas se recordaban los 70 años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y de todas las inhumanas catástrofes que se llevaron acabo en ellas. La mayoría de los medios de comunicación hablaban de la Memoria y de la seguridad de que tales sangrientos sucesos no volverían a pasar nunca más. Ahora bien, ¿es esto verdaderamente así? ¿El pasado no se repite? ¿Y cómo nos aseguramos de esto? ¿Qué o Quién nos mantiene seguros de que no repetiremos los errores del pasado? Finalizando, citemos a Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi:
Sin embargo, si tuviéramos que comparar a nuestro presente con algún momento histórico determinado, el más indicado según mi criterio sería el Imperio Romano. La antigüedad Romana fue uno de los picos más altos de la civilización occidental, aunque como todo lo que es humano, tuvo sus profundos claroscuros. De esta forma, dentro del Imperio se dieron la mano la esclavitud de cientos de miles de seres humanos y la aceptación como iguales de las culturas de cientos de pueblos conquistados. Fueron de la mano la paz romana y la unión de todos los pueblos conocidos dentro de las fronteras del imperio, con la guerra a los “bárbaros” en las fronteras. Numerosas y contradictorias escuelas filosóficas (platónicos, estoicos, escéptico, epicúreos, etc.) que intentaban, a su manera, explicar racionalmente la realidad se encontraban en la calle con las fanáticas y crecientes sectas de las religiones orientales. Y en la cima de este Imperio existían hombres, Emperadores, que se hacían adorar a si mismos como dioses. Por último, en su pico máximo de poder el Imperio comenzó, con un afán totalitariamente religioso paradójicamente en contra a su “pluralismo” y “tolerancia” tradicionales, a perseguir a un pequeño, pero creciente, grupo de personas que creían que Dios se había manifestado a los hombres en un oscuro rincón de las olvidadas tierras judías, había sido condenado a una muerte de la manera mas humillante y había resucitado para ofrecer la salvación tan buscada por los hombres de ese y de todos los tiempos.
Uno se podrá preguntar, ¿pero que tiene que ver esto con el presente que vivimos? Y, ¿que tiene que ver con el Señor del Mundo? Cualquier comparación es siempre odiosa, y aunque los hombres miran siempre al pasado (aunque cada vez menos) para buscar los modelos de su accionar en el presente, las comparaciones con épocas pasadas hiere el orgullo de su moderno sentido del progreso. ¿Acaso el “prospero” Occidente no convive con todo un mundo de esclavos y explotados que tantos denuncian pero pocos remedian? ¿Acaso los países del 1er mundo no llevan al Oriente, por fuera de sus fronteras, las guerras para expandir el “mundo libre”? ¿Acaso esta época de positivismo, nihilismo y escepticismo no comparte sus fieles con nuevas corrientes “new age”, con sectas religiosas de todo tipo y con las nuevas y desesperadas nuevas formas de salvación que son los Mesías de la “Autoayuda”? Es cierto, todavía no adoramos a nuestros lideres como dioses (casi podríamos descontar a los populismos americanos, del Sur y del Norte, que siempre renacen con ansias de renovar la faz de la tierra con su sola presencia); sin embargo, como corren los tiempos, la persecución a los cristianos esta lejos de haber comenzado. De manera más sutil que en otras épocas, la lucha contra aquellos que anuncian que existe Alguien que vence al mundo, se desarrolla en todos los ámbitos de la vida social: la cultura, la política, la economía, la familia, etc.
Benson, en su Señor del Mundo, noveliza un posible Fin de los Tiempos, un posible Apocalipsis, la llegada de un posible nuevo “Mesías” en una sociedad demasiado a gusto consigo misma. Muchas imágenes de este libro escrito a comienzos del siglo XX nos remiten directamente a nuestra moderna y progresista civilización del siglo XXI. También nos muestran un futuro, demasiado cercano a un pasado de sangrienta persecución, en que los últimos cristianos reducidos a un numero no mucho mayor que al numero de los Apóstoles luchan por perseverar en un mundo que esta completa e irremediablemente en su contra.
El Señor del Mundo nos muestra un futuro posible entre varios. Aun siendo ficción, refleja proféticamente muchos aspectos de nuestra sociedad: sus “logros” tecnológicos, su “bienestar” material, su “tolerancia”, “convivencia” y su “humanismo” como máximas culturales supremas y su profundo desprecio por cualquiera que aspire a afirmar una Verdad que este por encima del “Hombre” mismo.
Hace unas semanas se recordaban los 70 años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y de todas las inhumanas catástrofes que se llevaron acabo en ellas. La mayoría de los medios de comunicación hablaban de la Memoria y de la seguridad de que tales sangrientos sucesos no volverían a pasar nunca más. Ahora bien, ¿es esto verdaderamente así? ¿El pasado no se repite? ¿Y cómo nos aseguramos de esto? ¿Qué o Quién nos mantiene seguros de que no repetiremos los errores del pasado? Finalizando, citemos a Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi:
“Preguntémonos ahora de nuevo: ¿qué podemos esperar? Y ¿qué es lo que no podemos esperar? Ante todo hemos de constatar que un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. Aquí, en el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No están nunca ya tomadas para nosotros por otros; en este caso, en efecto, ya no seríamos libres. La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tenga un nuevo inicio. Es verdad que las nuevas generaciones pueden construir a partir de los conocimientos y experiencias de quienes les han precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero también pueden rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que los inventos materiales. El tesoro moral de la humanidad no está disponible como lo están en cambio los instrumentos que se usan; existe como invitación a la libertad y como posibilidad para ella.”
Dejo con ustedes un par de enlaces en los cuales podrán encontrar excelentes reseñas y comentarios de esta obra:
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