POETRIA MINOR

O "Los Poetas Menores" de El Capaneo:
un hermano menor, pero ruidoso e inquieto,
que quiere salir a jugar...


Abrimos esta sección de poetas jóvenes y desconocidos (algunos, aun para sí mismos), que decidió retoñar de las entrañas del gigante CAPANEO, alimentándose de su POETRIA MAIOR.

Poetria, para que puedan darse cita los ejercicios de creación y traducción poética de los amigos.

"Minor", como un gesto de reverencia conmovida que hacemos hacia los grandes poetas (porque reconocemos la grandeza), pero no menor en dignidad, porque surge del mismo palpitar humano del corazón.

Un seminarium, un "semillero": una escuela de poetas y traductores...
Para cuidar a los hermanos menores.


Revista Universitaria El Capaneo




Carta abierta a los profesores de Letras


Más que una carta, esta es una súplica. O algo donde la invectiva, la súplica y el silencio se siguen en una extraña, definitiva inversión. Les digo: Son monjes. Y guerreros. No traicionen también ustedes, en esta traición general de clérigos y periodistas, de “expertos” en comunicación y de editores o agencias de eventos culturales… Son monjes y guerreros en custodia y en incremento de un bien precioso, que casi nadie más comprende. O del cual muchos hablan pero ya apergaminados y en naftalina de retórica o de buenas intenciones… La llaman: literatura. Pero no es otra cosa que vida continuamente despierta de la lengua, de la primera y humilde y rica relación de la cual la naturaleza la ha dotado. Es a través de la lengua, vida que se despierta a la vida, es decir, a la conciencia. Son monjes y guerreros de la vida de la lengua, que es como decir vida del pensamiento – o de la razón, en otras palabras. Porque ¿qué es la literatura? ¿Pilas de libros que atascan las librerías? ¿Clasificaciones en el fondo del Corriere? ¿O agregados de La Repubblica[1]? ¿O biblioteca de las bibliotecas? ¿O la última de las modas? ¿Un elenco de clásicos opuestos a otros? No, la literatura o como la quieran llamar ese túnel de voces, es una experiencia. Están, quiéranlo o no, en el frente de una guerra que tiene en el estandarte la desaparición del fenómeno llamado poesía, es decir, una guerra sobre la raíz misma de la experiencia lingüística en su aspecto de correspondencia tentada con el mundo, de respuesta al secreto que de las cosas impresiona e invita. No la desaparición, no. Porque no desaparecerá nunca, estando entre los fenómenos humanos primarios. Como el hambre, como el sexo, y el luto. Pero su reducción por malentendido. Su anestesia. La colocación entre los aburridos entretenimientos, o bien entre las paradojas más inútiles. En cambio, la vida nos llama, desde pequeños, a no usar sólo los nombres del registro de población. No bastan las palabras del registro establecidas por las leyes o esa frecuentemente más tétrica y mísera imposición (y con qué formidables instrumentos) por el uso. A la amada, a los hijos inventamos sobrenombres para probar a decir lo que de ellos, en ternura y temor, nos dice. Dante decía que a veces se usan las palabras para decir lo que no se sabe. La lengua abierta y tendida al secreto del mundo es el inicio y para decirlo así el concierto de la literatura. Al corazón, a la razón no bastan las palabras apagadas que nos meten en la boca. Si el corazón y la razón están todavía vivos. Si escuchan el mundo. Si reciben el golpe de presencia. Son monjes, y guerreros. Mal pagos. Puestos a trabajar a veces en condiciones espantosas. Entre editores y, frecuentemente, dirigentes que no entienden nada de todo esto. En ámbitos donde todo parece concurrir a mortificar la vida, y por lo tanto también la lengua. Entre burocracia, pruritos que parecen pestilencias, y agitación muerta de la costumbre. Tentados a hacer como todos, parándose detrás de cuestiones municipales o familiares. Parándose detrás de la dificultad. Pero el monje y el guerrero habitan la dificultad. No hacen sólo un oficio. Hacen ciento mil cosas por el éxito de la buena batalla. Si tienen dificultades económicas vayan a robar, hagan las únicas expropiaciones que tendría sentido hacer. O hagan cooperativas, ligas de profesores de letras, mutualidades, hagan la cuestación. Deberían pagarles por millones, otra que a los grandes managers… Y tanto porque su única dignidad profesional está dada por haber hecho temblar o abrir los ojos a alguno leyendo la página de una obra maestra como si se estuviera escribiendo ahora ahí con ustedes, colaborando a escribirla toda su vida. No es cuestión de dinero. Y no importa si corajudos o cultísimos, o si temblando o jactanciosos. El hecho es que están ahí, ahora, en esta especia de trinchera, en este combate cuerpo a cuerpo. Está en sus manos –en la de ustedes más que en otras- la responsabilidad de no hacer morir el dulce sonido y el movimiento de nuestra lengua italiana. Lengua de poesía sobre todo, como aconteció en Francesco[2], en Jacopone[3], luego en Dante, en Petrarca, hasta en Leopardi, al león Ungaretti y en tantos, muchísimos que han probado en sus diversas medidas y respiros alivio y justicia a las palabras. Tratándolas por lo que son: instrumentos con los cuales seguir a la verdad e indicarla, como un Juan Bautista que clama en el desierto, o como el sobresalto en el vientre de Isabel. Vivimos en una época de palabras apagadas. En una inflación de palabras que reciben las generaciones que no es verdad que leen poco; leen mucho –desde los sms a las publicidades, a los diarios gratis en el subte- pero todas cosas en las que las palabras están muertas. Lectura en la que no hay vida. Donde no se pide nada a quien lee, sólo su dinero, o la opinión, o el voto. Olvídense de los programas, los vencimientos, los esquemas analítico-históricos… Háganlos por el mínimo indispensable. Que está cerca del cero. ¿El esquema histórico de la literatura de qué le sirve a un chico, si no aprende el gusto y el escándalo de la literatura? Pónganse de pie, más bien, lean. Hagan teatro de esta vida de la lengua cuando en ella llega el golpe de la vida. Esta duplicación de la vida. Hagan como han visto hacer delante de ustedes a quien ha leído grandes páginas de literatura llenándolas de sí mismo, de la propia demanda de felicidad y descubriendo el secreto del mundo. Hagan así, como los monjes en pie, y los guerreros. Porque la nada se muestra por todos lados. Y baja sobre los senderos y sobre las rutas de su posible pereza, de su inapelable buena conciencia, de su malentendido sentido del deber. El destino me ha asignado una pequeña parte en escribir versos, libros, míos y de otros. Y ahora este librito de lecturas compartidas. A ustedes la parte de indicar y de compartir la palabra encendida de la literatura. No dejen que se apague, en ojos engañados de aburrimiento por las frases de propagandas. Mi ministerio es el de ustedes, y el campo minado es el mismo. Disculpen, más bien, no disculpen la molestia.

Davide Rondoni

(Traducción: Lucas Esandi)

[1] Se refiere los diarios italianos Il Corriere Della Sera y La Repubblica.
[2] San Francisco de Asís, a quien se atribuye uno de los primeros testimonios literarios en lengua vernácula (“el canto de las criaturas”). Mayormente con presencia de voces umbras, puesto que el santo habitaba Umbría.
[3] Jacopone da Todi, junto con San Francisco, está entre los primeros autores en lengua vernácula, sobre todo de tema religioso. Es famoso su “Lamento de la Virgen María”.

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