POETRIA MINOR

O "Los Poetas Menores" de El Capaneo:
un hermano menor, pero ruidoso e inquieto,
que quiere salir a jugar...


Abrimos esta sección de poetas jóvenes y desconocidos (algunos, aun para sí mismos), que decidió retoñar de las entrañas del gigante CAPANEO, alimentándose de su POETRIA MAIOR.

Poetria, para que puedan darse cita los ejercicios de creación y traducción poética de los amigos.

"Minor", como un gesto de reverencia conmovida que hacemos hacia los grandes poetas (porque reconocemos la grandeza), pero no menor en dignidad, porque surge del mismo palpitar humano del corazón.

Un seminarium, un "semillero": una escuela de poetas y traductores...
Para cuidar a los hermanos menores.


Revista Universitaria El Capaneo




Benigni recita Dante. 18 de diciembre

..........................Benigni
...............recita
Dante


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"Lo que les quería decir es que la alta poesía está sobre todo en la oreja de quien escucha. Si ustedes sienten la belleza de estos versos, si hay un soplo de aire, un temblorcito, un tintineo dentro de ustedes, entonces ustedes serán Dante Alighieri. Dante ha escrito porque sabía que habría personas capaces de entender esta belleza"
(Roberto Benigni, actor, director de La vita è bella)

Jueves 18 de diciembre, 19 hs.
Aula de Audiovisuales (1º piso)
Facultad de Humanidades
Universidad Nacional de La Plata
Calle 48 e/ 6 y 7

Invita
“Ali Diede”: Amigos de Dante

Dante: Inferno, II. 127-132.

El símil más humano de la Commedia


Dante no se atreve a seguir por el miedo que siente. Entonces, Virgilio le dice que la misma Beatriz, Lucía y la Virgen María cuidan de él en el cielo, y que su amada le pidió a él que lo ayudara a Dante. Nuestro poeta, al conocer los designios celestes, nos dice con este memorable símil, en los versos 127-132:


Quali fioretti dal notturno gelo
Chinati e chiusi, poi che ‘l sol li ‘mbianca

Si drizzan tutti aperti in loro stelo

Tal mi fec’io di mia virtute stanca,
E tanto buono ardire al cor mi corse
Ch’i’ cominciai come persona franca:

Como las flores por la helada nocturna
Inclinadas y cerradas, luego que el sol las ilumina
Se enderezan todas abiertas en su tallo

Tal me hice yo de mi virtud cansada
Y tan buen arder al corazón me vino
Que yo comencé como persona franca:...


(foto Pam Penick. 2007, Ice hymenoxys)


Es la luz lo que lo hace enderezarse, como a las flores inclinadas y cerradas por nocturnas heladas. La luz que nos hace arder el corazón. Es extraordinario encontrar alguien que conociera tanto el alma humana. Reconocerse en Dante es una experiencia que hay que vivir en vida, un viaje para riveder le stelle y contemplar la Belleza.

Lucas Esandi

Una obra de amigos para afirmar el significado de la vida

La experiencia de Residencias Universitarias en Santa Fe

El sábado 25 de octubre nos reunimos los responsables de la Obra (Julia, Estani, Lu, Eve y yo, con la compañía de José, Anita, Emirena y Francisco) para juzgar juntos lo que estaba sucediendo y acompañarnos a tomar decisiones para el próximo año.
Julia y yo propusimos la lectura del punto "La libertad en la raíz de la obra" del libro El yo, el poder, las obras de Don Luigi Giussani. Lo hicimos porque entendimos que esta propuesta nacía dentro de una compañía: solos no podemos afrontar ninguna necesidad. Y este punto del libro es excepcional, puesto que nos ayuda a dar razones de por qué continuar: "las obras solo nacen cuando uno tiene el coraje de decir yo".
Conversamos sobre las cosas de la residencia y el primer punto que dijo Julia, y que me sorprendió, fue la cantidad de chicos ingresantes que quieren entrar en las casas. Hasta el sábado había once mujeres y seis varones dispuestos a venir ¡y no habíamos hecho ninguna publicidad! Es increíble lo que está sucediendo, los chicos se enteran por lo que nuestros residentes les cuentan, ¡y automáticamente quieren venir a vivir a casa! Es Otro quien está aconteciendo entre nosotros, hay "Algo dentro de algo", que para mí es impensable. Sólo tuvimos que decir "sí" a una propuesta y vivirla, ¡nada mas! Así es cómo otros ven y quieren hacer la misma experiencia.
Como segundo punto, planteamos cómo podíamos seguir esto: "si el hombre no construye, ¿que hará para vivir?" (T. S. Eliot. Coros de "La Roca"). Se nos llama para dar testimonio a partir de nuestra experiencia, por eso no podemos reducir este camino a una mera comodidad, debemos esforzarnos para vivir y afrontar cada día lo que la vida nos propone, porque la vida es signo del Misterio.
Por tanto, planteamos la idea de poder abrir dos casas más, una de varones y otra de mujeres. En la semana nos sentamos con Julia a ver los números. La situación de los fondos propios de la Residencia no era la mejor: no nos alcanzaría para abrirlas. Por eso, en primera instancia, decidimos pedir muebles usados a todos los amigos adultos y nosotros nos encargaríamos de acondicionarlos. La segunda instancia es la de contar con fondos genuinos que nos permitan tener disponibilidad para afrontar los gastos de contrato, alquiler, etc. Estos pueden ser problemas, pero queremos asumir el riesgo, puesto que se nos está llamando a algo grande.
Aprovecho también para adjuntarles una carta que escribí sobre la obra y que, en la última reunión de las casas, hemos juzgado juntos todos los chicos de las Residencias. Esta carta es muy simple (¡soy economista, no literato!), pero en ella se recoge lo que se está viviendo. Y, si bien la escribimos hace un mes, no deja de impresionar la forma en la que el Misterio acontece entre nosotros, y da testimonio de lo que se nos dice en la Escuela de Comunidad: "A vosotros os ha impresionado un modo de vivir que anunciaba, que implicaba la vida, que lleva consigo la afirmación del significado de la vida"
Hoy la vida en la Universidad, tal y como se nos presenta, parece "condenarnos a la pasividad, a esta desidia mortal oculta entre tantas cosas que en el fondo no nos interesan, que no consiguen conquistarnos (...) nosotros también estaríamos condenados a esto si no hubiera ocurrido una novedad" (P. Julián Carrón, Huellas, agosto 2008).

CARTA: "UN CAMINO PARA LA VIDA"

Esta noche nos encontramos los integrantes de las Residencias Universitarias, quienes durante estos años estamos compartiendo la misma experiencia: vivir toda nuestra vida con otros, como si fuese una gran familia.
¿Quién de nosotros hubiera imaginado una experiencia así al decidir ingresar a la universidad, con todo el temor que significa adentrarnos en este nuevo camino? Pensemos un instante cuando ingresamos a la casa: era una gran incertidumbre, no conocíamos a nadie, no sabíamos nada de la universidad, muchos siquiera conocían Santa Fe. Y hoy estamos aquí, juntos, creciendo en un camino grande para nuestra vida.
No es nada obvio lo que nos sucede, es una novedad que se nos hace presente cada día y en la que nuestra vida se transforma.
Muchas veces se reduce la experiencia a algo normal y lógico, como si ya nos hubiéramos acostumbrado a vivir así y no tuviera nada que pudiera ser atractivo, pero sigue siendo excepcional para otros. Más de una vez nuestros compañeros de facultad, de trabajo o amigos nos han preguntado: ¿dónde vivís? Y respondemos: en una residencia con siete u ocho personas. Aquel, sorprendido y exaltado, nos dice: "¡Ocho personas!¡¿Cómo hacen?!". Entonces comenzamos a indicar cada una de las cosas que hacemos: grupos de comida, grupos de limpieza, días de estudio, reunión de casa. Y a partir de allí sentimos la necesidad de contar todo. Pero, ¿por qué lo hacemos? Porque tenemos delante una propuesta, a la que adherimos (tarde o temprano) con toda nuestra persona. Porque la compañía que encontramos aquí es una compañía que te abraza en la circunstancia, en aquello que te toca vivir todos los días. ¿Y cual es nuestra circunstancia? La vida en la universidad, pero no solamente la del estudiante que tiene que rendir materias, sino la de un hombre que esta madurando.
Ahora bien, ante esta propuesta tenemos dos opciones: "acomodarse" y hacer las cosas que exige la vida en comunidad para que "todo este bien", en orden; o bien, hacer lo que tenemos que hacer con una pregunta: ¿quiénes son estos rostros que encuentro todos los días y despiertan el gusto por estudiar y vivir así?
La primera plantea una actitud pasiva: lavo los platos porque me toca, hago reunión porque todos van, entonces no tengo chances y, mientras hablan, miro cada dos minutos el reloj pensando en las cosas que tengo que hacer luego. En fin, no soy yo el que vive, son los otros.
La segunda, vivida intensamente, mueve todo mi ser, lo despierta cada mañana con un deseo de estar atento a cada acontecimiento, pone en acción hasta el más mínimo detalle de mi persona.
Son dos posturas, en la primera estoy solo, en la segunda sigo a una compañía.
Tranquilamente se puede vivir solo (aun viviendo en la Residencia), pero es inmensamente mas difícil que estando juntos. ¿Por qué? Porque todos estamos haciendo el mismo camino. Esta es una propuesta guiada y sostenida por una compañía que nos reclama constantemente a lo justo y lo verdadero. Y este es el mismo reclamo que hacemos a nuestra vida.
Con amigos así el trabajo es distinto a los demás, vivir la universidad es distinto a cómo la viven los demás, la familia termina siendo distinta a la de los demás.
Para experimentar esto tenemos, como primera herramienta, la Reunión de Casa, un momento concreto en la semana en el que se pone en juego todo lo que soy, y se juega con otros que comparten la misma experiencia.
Todo está hecho para algo bueno, cada detalle, hasta el más imperceptible gesto (el lavar los platos, el limpiar el hogar, el preparar la comida) se nos presenta como una oportunidad para reconocer lo que más deseamos. Sin embargo, soy yo quien decide: se puede permanecer como si nada de lo que acontece ante nuestros ojos nos correspondiera, o bien mirar a aquellos que viven intensamente la propuesta y seguirlo. Sólo así, siguiendo, nuestra vida se ensancha y nuestro corazón explota. Deseamos de todo corazón ayudarnos a encontrar el significado de nuestra vida en esta gran obra.


Julio César Lozeco

Albert Camus: la clase del maestro Bernard

de Le premier homme, Gallimard, 1994 (pág. 161 y ss.)

Capítulo 6bis. La escuela

“Con el M. Bernard, esta clase era constantemente interesante por la simple razón que él amaba apasionadamente su oficio. Fuera, el sol podía gritar sobre los muros leonados mientras que el calor crepitaba dentro de la misma sala, aun estando hundida en la sombra de persianas con gruesas líneas amarillas y blancas. Bien podía caer la lluvia como lo hace en Argelia, en cataratas interminables, haciendo de la calle una canaleta sombría y húmeda, pero la clase se distraía apenas. Sólo los mosquitos en los tiempos de tormenta volvían a veces la atención de los niños. (…) Pero el método de M. Bernard, que consistía en no ceder nada a la conducta y volver, por el contrario, viva y divertida su enseñanza, triunfaba aun sobre los mosquitos.
(…)
Sólo la escuela les daba a Jacques y Pierre estas alegrías. Y sin duda aquello que ellos amaban tan apasionadamente en ella era aquello que no encontraban en ellos, donde la pobreza y la ignorancia volvía la vida más dura, más apagada, como cerrada sobre sí misma; la miseria es una fortaleza sin puente levadizo.
(…)
No, la escuela no les proveía solamente una evasión a la vida de familia. En la clase de M. Bernard al menos, ella alimentaba en ellos un hambre más esencial aún para el niño que para el hombre y que es el hambre del descubrimiento. En las otras clases, aprendíamos sin duda muchas cosas, pero un poco como se ceban los gansos. Se les presenta un alimento ya hecho, rogándoles que lo traguen. En la clase de M. Germain, por la primera vez ellos sentían que existían y que eran el objeto de la más alta consideración: se los juzgaba dignos de descubrir el mundo. Y, más aún, su maestro no se abocaba sólo a enseñarles aquello que se le pagaba para que les enseñara, él los acogía con simplicidad dentro de su vida personal, la vivía con ellos, les contaba de su infancia y de la historia de los niños que él había conocido, les exponía sus puntos de vista, no sus ideas (…).
(…)
Al fin de cada trimestre, antes de mandarlos de vuelta a las vacaciones, y de tiempo en tiempo, cuando el empleo del tiempo se lo permitía, él había tomado el hábito de leerles largos extractos de Las cruces de madera de Dorgelès. (…) Jacques escuchaba solamente con todo su corazón una historia que su maestro leía con todo su corazón y que le hablaba de nuevo de la nieve y de su querido invierno, pero también de hombres singulares (…). Él y Pierre atendían cada lectura con una impaciencia cada vez mayor.
(…)
Y el día, al final del año, donde, llegados al fin del libro, M. Bernard leyó con una voz más sorda la muerte de D., mientras que cerraba el libro en silencio, confrontado con su emoción y sus recuerdos, para levantar luego los ojos sobre su clase inmersa en el estupor y el silencio, vio a Jacques en la primer fila que lo miraba fijamente, el rostro cubierto de lágrimas, acompañadas de sollozos interminables, que parecían no deber detenerse jamás. “Vamos, pequeño, vamos pequeño”, dice M. Bernard con una voz apenas perceptible y se levantó para ir a acomodar su libro en el armario, de espaldas a la clase.
(…)
“Espera, pequeño”, dice M. Bernard. (…) “Toma, dice él, es para ti.” Jacques recibió un libro cubierto de papel marrón de almacén y sin inscripciones sobre la tapa. Aun antes de abrirlo, él sabía que era Las cruces de madera, el mismo ejemplar sobre el cual M. Bernard hacía la lectura en clase. “No, no, dice él, es…” Él quería decir: es demasiado bello. No encontraba las palabras. M. Bernard sacudió su vieja cabeza. “Tú lloraste el último día, ¿te recuerdas? Desde ese día, este libro te pertenece.” Y él se volvió para esconder sus ojos de súbito enrojecidos.

(…)
El niño lo miraba, sin una lágrima (y toda su vida fue la bondad y el amor quienes le hicieron llorar, jamás el mal o la persecución que reforzaron su corazón y su decisión contraria) y ganó de nuevo su banco.