Les Choristes (2004)
Christophe Barratier (dir.)
con Gérard Jugnot - Kad Merad - Jean-Baptiste Maunier
Música: Bruno Coulais
Christophe Barratier (dir.)
con Gérard Jugnot - Kad Merad - Jean-Baptiste Maunier
Música: Bruno Coulais
Por tercera vez en la semana vi la película Los Coristas y esta vez a medida que la miraba iba encontrando algunas cosas que antes no había notado y profundicé en otras que intuía: me llamaba mucho la atención este prefecto, el protagonista, sobre todo por la forma aparentemente casual en la que había llegado al internado. El hecho me sorprendía más porque él se sentía un músico frustrado. Todo lo que pensaba de sí mismo, lo que ansiaba ser, su proyecto de sí mismo se habían caído. Por esto, cuando llegó al internado llegó sin planes, sin conocer lo que le esperaba, estaba a la espera de lo que la realidad le presentara, estaba abierto a lo que se pusiera en su camino. Por eso, cuando conoció la circunstancia en la que fue puesto, supo responder, supo obedecer a la verdad. Entonces, en ese lugar, ese prefecto era Libre, porque él, en ese lugar, se era útil, encontraba un nuevo sentido en su vida (a su vida), había descubierto para que fue hecho: encontró su vocación. Tanto es así que, al final, nos lo revela: él “dio clases por el resto de su vida”... y luego añade “para él... ¿Para él? No...”
También hoy, encontré más clara la antítesis de este prefecto: el director. Las similitudes y diferencias de estos dos personajes, no se alcanzan a comprender, sino hasta el diálogo posterior al despido del prefecto. Ahí se revela por qué Rachin está ahí y el origen de su maldad. El nunca quiso ser profesor, había fracasado en sus proyectos (igual que el prefecto) y viendo que su vida no era como él quería, intentó manipularla, la negó, negó la verdad, quiso imponer su idea ante la realidad que se le presentaba. Por eso su idea de “disciplina”, por eso su abusivo control en los alumnos. Este negaba la verdad, por eso vivía sin paz, vivía en un inútil y desesperado esfuerzo humano por hacer la realidad, por manipular la Verdad. El director no era Libre porque negaba la Verdad.
Otra cosa que me llamó mucho la atención en la película fue otro “contraste”: el prefecto, para componer, se inspiró en ellos y hablaba de ellos. Esto se percibe muy bien al observar la letra de sus composiciones, lo que cantaban. El prefecto les hablaba de sus vidas y les hablaba de una forma esperanzadora (además, también para él ellos habían devuelto su razón de ser). Esto era totalmente nuevo para estos chicos, por primera vez, alguien les hablaba de sus vidas alguien les mostraba algo que tenía que ver con ellos. El contraste está (y ahí es muy evidente) cuando ingresa a la clase el profesor de matemática luego de la práctica del coro, se sienta y muy secamente dice: “aritmética, pagina 27”. Luego también se lo ve redactando un problema (¡Nada les hablaba de ellos!). Este contraste es el que hace evidente que estaban viviendo algo nuevo, algo distinto en sus vidas.
Otra cosa, que me gusta mucho de la película es algo que hace unos días hablaba con un amigo, el tema de la Belleza. Este prefecto a través de su música les muestra a sus alumnos una Belleza, les comunica una razón por la cual vivir, una “Luz al final del camino...”, como dice en una de sus composiciones. Les muestra la Belleza en la vida, para su vida, ¡y a partir de aquí es cuando comienza a cambiar sus vidas para siempre! Esto se evidencia en el cambio de Chabert (principalmente) y un poco en el director. A medida que crece la experiencia del coro, sus personalidades se van transformando, son vencidas por los hechos. Para todos, este encuentro con la Belleza es decisivo en sus vidas, este cambia la vida para siempre. Esto se ve en los integrantes del coro (sobre todo en Pépinot y Morhange).
Esta Belleza, era algo que nunca habían tenido y era más grande, los hacía sentirse más plenos que cualquier cosa que hubieran visto antes. Por eso (como cualquier “mas” que recibe el ser humano), lo quisieron para siempre, para toda la vida.
Caso especial a considerar es el del director el cual encuentra la Belleza, pero luego la niega, nuevamente en su esfuerzo por controlar la realidad. Rachin, se niega a la Belleza porque esta demolerá su estructura, lo cambiará. Este la avala, en un principio, porque ve que le soluciona cosas, porque se las vuelve más fácil. Pero cuando la Belleza, pone en juego su Libertad, es decir, cuando le obliga a comprometerse, la niega porque es más “fácil” seguir su estructura. Por eso también llega a despedir al prefecto. Pero su esfuerzo es inútil (nuevamente) porque el prefecto ha dejado una huella en los corazones de los niños, les ha mostrado, les ha despertado una parte de su corazón y eso ya no se dormirá jamás.
Al terminar de mirar la película con mi amigo, nos sentamos a hablar un rato, cuando, de pronto, se fue la luz... Estuvimos un rato alumbrándonos con celulares mientras hablábamos, hasta que me dije “podría aprovechar que no hay luz para ir a mirar un rato las estrellas”... y fui.
Afuera, las miré por un rato, miré el cielo. Hasta que de pronto vi una imagen que me dejó duro... en mi campo visual había dos pinos; en medio y por encima de ellos, había unas corpulentas nubes que estaban como veteadas y entre esas “vetas” y por encima... un cielo estrellado como pocas veces se puede ver por acá (ayudaba mucho el hecho de que se hubiera cortado la luz). De repente, se me abrieron los ojos y pude ver con claridad, todo tomaba una forma más tridimensional. Es como si comenzara a tomar noción del “eje z” en mi campo visual.
Todo tomaba nueva dimensión: esos pinos. A unos veinte metros... tan cerca... o tan lejos... el cuerpo de las nubes, como isla flotante... y con mi imaginación volaba hasta las estrellas. Cada una de estas observaciones me hacían sentir más pequeño... tan pequeño... y miraba mis manos y ya no veía solo una mano... sin dejar de sentirme pequeño me sentía gigante a la vez... (de sólo recordarlo, esta sensación vuelve a mi). De repente, vuelvo mi mirada nuevamente al cielo, repitiendo todo lo anterior y no puedo dejar de admirar... Hasta que noto algo distinto, algo de lo que no me había percatado: entre estrella y estrella ¿Qué hay? Una mancha negra azulada que cubre la mayor parte de mi campo visual y que, sin embargo, no había notado antes. La medí (de igual forma que todo lo demás) y me di cuenta de algo impresionante: la distancia entre esa mancha y yo era incalculable... ¡Estaba mirando directamente el Infinito!
Me quedé duro... y me sentí más pequeño que antes, y a la vez más gigante. De repente todo se hizo tan claro...
Lo único que pude pensar fue: “Ojalá, Señor, ellos puedan verte como yo te veo ahora”.
Creo que acabo de experimentar la Belleza...
Ojalá algún día pueda expresar con palabras todo lo que veo.
Nicolás Bie