El Hombre, el Libro y la Muerte
La noche anterior sus ojos se habían cerrado
Como una sombra de tormenta en el mar,
Y se sintió tan ajeno a esa lucha entre su cuerpo
el mar
Y sus ojos
las nubes cargadas de agua,
Que decidió seguirle el juego a Hypnos.
Casi sin sorpresa observaba cómo la paz
Y las visiones, lo iban asaltando parcamente;
Hasta que la pérdida de conocimiento lo indujo
Por fin, al camino del descanso;
Casi sin sorpresa respiró el insomnio a grandes bocanadas.
–No, aún no.
¿Qué hacer entonces?
Se decide por aquello que repite
Todaslasnochesdetodoslosdías
Y abre las páginas del nuevo libro.
Para las estrellas que se van,
Otras vienen acompañando al sol;
Aquél hombre no vuelve el rostro
Y pierde otro espectáculo en su plenitud.
Todavía en su mente dormida en vigilia
Se desprenden las palabras:
–No, aún no.
El libro, como Medusa airada,
Lo petrifica; y sólo se oye
Un jadeo, un ronquido
De cavilaciones, de párrafos
Lúcidos y rimas entrelazadas,
De hermosas palabras que
Lo llaman, lo alejan de allí.
–No, aún no; vuelve a resoplar sin notar que
El Sol ha caído nuevamente y la luna está ausente.
Absorto como Narciso en su reflejo,
Da vuelta otra página, la última
esta vez es la última
Y vuelve del hipnotismo con un bostezo de satisfacción.
Un vaso de agua, vistazo a la oscuridad de la sala
Por algo que lo inquieta, lo persigue sañudo y afanoso
Desde el estante, desde algún otro lugar de ese mismo lugar.

Pareciera que sí, que ahora está dispuesto,
Conforme, aguzado para el último momento
No obstante el estante y sus obras
y eso otro que está cerca.
Acaso podría tomar un baño y esperar al sol,
Quizás subir e inhalar el aire de una noche sin Luna;
Mas ya la muerte le toca el espinazo con su hálito
Y el hombre siente el desconcierto, la duda.
La Muerte ha visto el estante, ha visto sus obras;
Es entonces cuando el hombre pregunta:
–¿Ya es hora?
–No , aún no– completa la muerte tomando una
Entre sus manos de hueso y años.
M. Carignano
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